jueves, 31 de diciembre de 2009

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Un día soñó que soñaba y en ese sueño estaba despierto. En ese transe era un bípedo, cíclope como todos los otros, con sus piernas giratorias y con sus dos alas negras. Era muy triste ver cuando a otro le faltaba alguna parte del cuerpo o alguno de sus atributos. Generaba lástima ver a algún semejante que no podía volar por ejemplo, porque se encontraba totalmente dispar en sus condiciones en relación a los demás Él se encontraba estable, tenía una buena relación con sus “caglios”, una especie de familia pero mas amplia, conformada por varios individuos. Lo que más le satisfacía era ver el ambiente, las flores marrones le acariciaban la vista, y el cielo lo energizaba en aquellos momentos en los cuales se vislumbraba como caían ladrillos de cemento cuando el clima estaba desmejorado. El alimento no era un problema, cada individuo necesitaba imaginar la comida que iba a precisar y con el poder de la mente aparecía la ración. Obviamente no se permitía con este mecanismo que exista la abundancia, quien solicitaba más de su necesidad era castigado y le quitaban temporalmente la facultad de autoabastecerse.
Cuando durmió en este sueño, despertó del sueño alterno que soñaba, y al volver a soñar se despertó en el otro transe, pero como en todos los otros con la certeza de un continuo ininterrumpido en el que existía pasado y presente. Ahora era un armazón con extremidades que se trasladaba de un lugar a otro rebotando de aquí para allá. Proyectaba su futuro, hacía cálculos, multiplicaba, dividía y tenía la ambición de crecer en el mañana, mas no sabía que el mañana no existía, que al despertar el universo se iba a configurar nuevamente y que en el próximo sueño no se iba a acordar de lo que fue en este, ni en el anterior y por lo tanto nunca habrá sido un bípedo, ni un armazón.
Cuando despierte va a creer que el alrededor fue así anteriormente a él, cuando evidentemente él es anterior a su alrededor y no sabe que lo configura él mismo.
Cuando durmió, despertó del sueño de su sueño. Al volver a soñar en su sueño se encontró desperezándose en una cama, ahora parecía tener una cabeza con dos ojos, una nariz, una boca, un torso, dos brazos y dos piernas. Se desplazaba con sus dos piernas, primero apoyaba una, luego la otra. No lamentaba no saber volar, pues no se acordaba de haberlo hecho alguna vez. Tenía como una especie de familia, que se limitaba a lazos sanguíneos. Se dirigía al trabajo, pensando que lo hacía como todos los días (día: factor arbitrario y subjetivo de medición del tiempo). El cielo era celeste y había una estrella luminosa a la que le proseguía un satélite que brillaba en la oscuridad, que se llamaba luna. Antes de irse a dormir le echó un vistazo silencioso a la luna, yo le quise advertir que se despidiera de ella, porque no la iba a volver a ver en su próximo sueño, pero finalmente me contuve y no dije nada, total no se va a dar cuenta.

Facundo Joel

viernes, 25 de diciembre de 2009

Ese año..

Ese año tuvimos una gran visita de energía.
En aquellos días todo
era más simple y más confuso.
Una noche de verano, yendo
Al embarcadero, tropecé con
2 muchachas jóvenes. La
rubia se llamaba Libertad,
la morena, Empresa.
Conversamos, y ellas me
contaron esta historia.

Jim Morrison

In that year we had a great visitation of energy.

Back in those days everything was simpler & more confused.

One summer night, going To the pier, I ran into 2 young girls.

The blonde was called Freedom, the dark one, Enterprise.

We talked, & they told me this story.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Carta de Angel Parra a Victor Jara

Querido Víctor:
Me despierto con ganas tremendas de escribirte para contarte lo que me sucedió anoche 24 de diciembre. Serían como las 12:10 cuando sonó el teléfono, nosotros dormíamos profundo, lo de siempre cuando te despiertas antes de haber terminado su noche, ¿quién será? ¿Porqué tan tarde? etc. La llamada era de Chile, para decirme que formaba parte de los perdonados, que era parte del paquete de regalo de pascua que la dictadura ofrecía este año.

La voz querida de mi hermana sonaba radiante, ¿te acuerdas Víctor de su voz? ¡Se te acabó el exilio hermano, se te acabó el exilio! Por un segundo compartí de corazón su alegría, la alegría de tantos otros que pelean todos los días a brazo partido por el fin del exilio y que en mi caso consiguieron mi perdón. Perdón, ¿pero de qué, Dios mío me pregunto?

¿Me están perdonando tus 40 balas por la espalda?

¿Mi padre a quien no volveré a ver?


Quema de libros, revistas y periódicos políticos después del golpe militarEllos me están perdonando nuestros 30 mil muertos y ¿el río Mapocho ensangrentado?

¿Me perdonarán acaso los cadáveres que traía el Renaico en Mulchén? ¿Los fusilados de Calama (al quinteo, es decir 1-2-3-4-5-tú), el director de la Sinfónica Infantil de La Serena? ¿El padre Jarlan símbolo de los pobladores torturados violados relegados expulsados encarcelados desaparecidos?¿Carmen Gloria, Rodrigo? Parece que debo hacer una reverencia y agradecer el perdón. aquí no ha pasado nada y tan amigos como antes.

¿Qué te parece Víctor? A veces pienso que es mucha la generosidad, y que soy un mal agradecido.

Me perdonan Marta Ugarte, Tucapel, el Chino Díaz, Weibell, los degollados, Pepe Carrasco, Corpu Cristi y yo no se agradecer.

¿Me siguen perdonando los cinco jóvenes desaparecidos en septiembre del '87, mi pueblo hambriento, la cesantía, la Prostitución infantil y este nudo en la garganta permanente desde hace 14 años tamblén me lo perdonan? Me pregunto si en este gesto están incluidos mis amigos muertos en el exilio, Lira Massi, Ramírez Necochea, Guillermo Atias,Vega Queratt.

Estas en la lista, ¿Cuál lista?, la de los que pueden reir pensar, circular, amar, morir, vivir.


La tumba de Víctor Jara en el Cementerio General en Santiago de ChileEn fin Víctor amigo, mucho tiempo que quería escribirte pero ya me conoces soy un poco flojo. Te contaré que estoy componiendo mucho, entre merengues, tonadas, cumbias y cuecas, oratorios y pasiones, el tiempo pasa y se queda inscrito en el alma.

Quiero hablarte un poco de mi mujer a quien no conociste, pero conocerás algún día o no, mejor lo verás en ella cuando llegue el momento. Ella me ha dado algo que yo no sé como se llama, pero que se traduce en una cierta seguridad equilibrio y alegría de vivir, la misma que tú tenías junto a tu mujer. Me acuerdo perfectamente de tu claridad y seguridad en tus pasos, aventuras y destinos. Y eso se reflejaba en tu trabajo, el teatro, la peña, el partido, los sindicatos y los amigos. Siempre tenías tiempo para todo (yo me cansaba de mirarte). Me acuerdo que la Viola me decía, aprende, aprende. Espero haber aprendido algo.

Por ejemplo :


"El amor a la justicia como instrumento del equilibrio para la dignidiad del hombre", oración de Victor Jara.La humildad, el heroismo no se venden ni se compran que la amistad es el amor en desarrollo que los hombres son libres solamente cuando cantan, flojean o trabajan chutean el domingo la pelota o se toman sus vinitos en las tardes le cambien los pañales a su guaguas distinguen las ortigas del cilantro cuando rezan en silencio porque creen y son fieles a su pueblo eternamente como tú y como miles de anónimos maestros somnolientos de domésticas, mineros, profesores, bailarinas, guitarreras de la Patria. También quiero decirte al despedirme que París está bello en este invierno que no acepto los perdones ofrecidos que mi patria la contengo en una lágrima que vendré a visitarte en primavera que saludes a mis padres cuando puedas que tengo la memoia de la historia y que todo crimen que se haya cometido deberá ser juzgado sin demora que la dignidad es esencial al ser humano que el año que comienza será ancho de emociones esperanzas y trabajos sobre todo para Uds. Víctor Jara que siembran trigo y paz en nuestros campos.

ANGEL PARRA, París, diciembre 1987.

jueves, 10 de diciembre de 2009

EMBARAZOSO PANEGÍRICO DE LA MUERTE
(Mario Benedetti, 1991)

La periodista me preguntó
si yo creía en el más allá
y le dije que no
entonces me preguntó
si eso no me angustiaba
y le dije que sí

pero también es cierto
que a veces la vida
provoca más angustias
que la muerte

porque las vejaciones
o simplemente los caprichos
nos van colocando en compartimentos
estancos

nos separan los odios
las discriminaciones
las cuentas bancarias
el color de la piel
la afirmación o el rechazo
de dios

en cambio la muerte
no hace distingos
nos mete a todos en un mismo saco

ricos y pobres
súbditos y reyes
miserables y poderosos
indios y caras pálidas
ibéricos y sudacas
feligreses y agnósticos

reconozcamos que la muerte hace siempre
una justa distribución de la nada
sin plusvalías ni ofertas ni demandas
igualitaria y ecuánime
atiende a cada gusanito
según sus necesidades

neutra y equitativa
acoge con igual disposición y celo
a los cadáveres suntuosos de extrema derecha
que a los interfectos de extrema necesidad

la muerte es ecléctica pluralista social
distributiva insobornable

y lo seguirá siendo
a menos que a alguien
se le ocurra
privatizarla


jueves, 3 de diciembre de 2009

Desprogramación

La capital apestaba. El gris oscuro del invierno a media tarde me estremecía y no me dejaba pensar.
Todo me resultaba inútil e indiferente. Leer el diario, comer, mirar televisión, hablar con gente que no me importaba, dormir y trabajar… sobre todo trabajar.
Bastaba conocer un día mío de la semana para conocerlos todos. Me atormentaba no ser yo mismo y alejarme cada vez más de mi esencia. No es que sea por decisión mía, sino que esta sociedad te lleva a ser un estereotipo de persona, un modelo estándar que hay que imitar para pertenecer.
Aquella tarde la oficina estaba más oxidada que otros días y varias soledades y yo tomábamos té mirando un monitor de computadora. Nunca me había dado cuenta pero el ambiente de la oficina era similar al de un hospital público. Mi vestimenta laboral estaba inundada de rutina y cansancio. El hastío se acumulaba en mi garganta imperceptiblemente como suele suceder con la mugre y suciedad en los muebles antiguos. Cada vez que cruzaba la puerta del trabajo me decía, “serán solo 8 horas, un tercio de tu día, solo olvidate de tu existencia y programate en piloto automático, al salir podrás dedicar a ti mismo las horas que te sobran hasta el nuevo día “
Faltando dos horas de que termine mi jornada laboral, sucedió que el piloto automático se desprogramó. Mi jefe acudió a mi oficina y reprochó mi pésima labor, a lo que sin dedicarle mucha atención respondí que él tenía razón, como siempre, por el simple motivo que los superiores siempre la tienen, sobre todo cuando no es así. Tardé cinco minutos en comprender que el extenso sermón que me propiciaba significaba que estaba despedido. Acto seguido, en su oficina, me abonó mi correspondiente sueldo, aguinaldo e indemnización. En el momento en que tomé el fajo de billetes sentí el quiebre en alguna parte de mí y desperté del letargo y dejé de ser un simple espectador pasivo de mi vida. En el mismo instante que tomé los billetes, los aventé con todas mis fuerzas hacia la cara pálida de mi jefe; el impacto lo dejó anonadado y no pudo emitir palabras tras la seguidilla de insultos que abatí contra él y sus familiares. Ni bien me quité el hastío de la garganta me escapé corriendo hacia la puerta de salida mientras me sacaba el traje negro que lucía, que ya no soportaba más.
No tenía conflicto con mi superior, sino que no quería continuar con un modo de vida que no toleraba.
Al salir a la calle Florida semidesnudo, pude ver a todos los oficinistas caminando apurados hacia no se donde y sentí lástima por ellos por primera vez en mi vida; en ese momento comprendí que al no tener trabajo era un poco mas pobre que antes, pero mucho mas libre…


Facundo Joel

jueves, 26 de noviembre de 2009

Deja vu

Me queda poco tiempo de vida… maldito deja vu… la pantalla de la computadora, canción de los Doors, conversación telefónica de fondo de mi madre con mi tía, diciendo “tantos libros trajiste…” , el Chat en Internet con un conocido que hace tiempo no veo y allí impactó, no se de donde vino, ni que significa, mi cabeza sigue retumbando mientras escribo esto… Jim Morrison sigue sonando al máximo y yo tratando de acomodarme al rompecabezas que se acaba de formar. Maldito destino, siempre tan certero… este deja vu llegó cargado de oscuridad y una sensación de que la muerte se aproximaba, nunca fue tan profundo… maldito seas, si no me hubiese enterado por esta vía, sería un poco mas feliz, mas idiota, mejor ciudadano… en cambio me quedo con esta sensación rebotando en la inerte cotidianeidad, en los suspiros tras el teléfono, en los chistes ya conocidos, en los saludos matutinos, en los trenes que hacen ruidos que no se escuchan. Creo que lo soñé este momento, no este tiempo preciso en el que escribo, sino el del deja vu, ahora he vuelto a la normalidad, a las escrituras mirándome al pasado como si se tratara de otra persona, analizándome con cierto desprecio como quien prejuzga a quien no conoce.
Tan solo me queda esto, unas charlas de fondo sobre automóviles, una sensación de revivir retazos amputados de una memoria que no sucedió y la maldita manía de pensar que veo y proyecto el futuro, cuando es totalmente inverso.

Facundo Joel

jueves, 19 de noviembre de 2009

Mensaje encontrado en una botella

Hace ya siete meses, tres días y dos horas

naufragué en esta isla que no está en ningún mapa.

La primera semana lloré como un muchacho

asustado y el miedo vino a vivir conmigo.




Luego maldije a Dios los quince días siguientes.

Y me pasé tres días sin agua ni comida.

Los siguientes dos meses he añorado tu cuerpo

y soñado con el tibio roce de las sábanas.




Cada noche encendía hogueras en los montes

pendiente de que un barco pasara por delante

de esta isla maldita . Y en la playa he dejado

mensajes de socorro pidiendo que vinieras.




Arrojé cien botellas con mensajes urgentes.

Y durante tres meses aprendí que la vida

es un cangrejo, un fruto, el agua del torrente,

el sol que cada tarde pinta de rojo el agua.




Ya no siento temores. Recuerdo vagamente

que más allá del mar hay fusiles y espadas

y hombres que maldicen haber nacido un día.

Y que aquel mundo era una isla de monstruos.




Ayer me desperté cantando sin que nadie

me dijera: “Estás loco ¿A qué tanta alegría?”

Y cada tarde escribo en la arena unos versos

que borran las mareas y que de nuevo escribo.




Hoy he visto pasar un barco no muy lejos.

He apagado raudo la luz de las hogueras

y he borrado todos los mensajes de auxilio.

Afortunadamente el buque ha pasado de largo.


Rodolfo Serrano

domingo, 25 de octubre de 2009

Problemas de geografia personal

Nunca sé despedirme de tí, siempre me quedo
con el frío de alguna palabra que no he dicho,
con un malentendido que temer,
ese hueco de torpe inexistencia
que a veces, gota a gota, se convierte
en desesperación.

Nunca se despedirme de tí, porque no soy
el viajero que cruza por la gente,
el que va de aeropuerto en aeropuerto
o el que mira los coches, en dirección contraria,
corriendo a la ciudad
en la que acabas de quedarte.

Nunca sé despedirme, porque soy
un ciego que tantea por el túnel
de tu mano y tus labios cuando dicen adiós,
un ciego que tropieza con los malentendidos
y con esas palabras
que no saben pronunciar.

Extrañado de amor,
nunca puedo alejarme de todo lo que eres.
En un hueco de torpe inexistencia,
me voy de mí
camino a la nada.





Luis García Montero




martes, 20 de octubre de 2009

Tristeza cibernética

Frente a la computadora esperó a que aparezca la imagen de ella al otro lado de Internet. Solo sintió un leve cosquilleo cuando vio que estaba conectada, porque no le podría causar mayor sensación que esa, la realidad virtual nunca va a lograr asemejarse del todo con lo que creemos que es la realidad, que dicho sea de paso, en el campo de los sentidos mantiene intacta sus ventajas. No se animó a hablarle, aunque no era una cuestión de agallas. Pensó que no correspondía que fuera el quien empezara la conversación, ella tenía a su cargo el futuro de la inerte charla. Esperó unos minutos a que le hablara, era la prueba necesaria para saber que algo le interesaba, que quizás realmente lo quería y que podía confiar en sus palabras, las cuales tenían tanto olor a mentira que le gustaba perfumarlas de ilusiones cada vez que las oía . Continuó en la amarga espera, cada tanto abría la ventana del contacto en donde aparecía una foto de ella que en realidad a él no le gustaba, pero que se había acostumbrado a apreciarla, mientras la observaba en alguna de las esperas como la que acontecía en tal momento y le encontraba los detalles mas precisos y la situaba en el tiempo y espacio y hasta imaginaba la foto en movimiento donde ella estaba despreocupada y radiante caminando por el parque, mientras una amiga captaba en el momento preciso la gesticulación adecuada en consonancia con el paisaje para que los ojos de él la contemple sentado en la silla frente a la pantalla y piense que no salió tan linda.
Había empezado a barajar la posibilidad de ser quien inicie la conversación, pero no le serviría de nada, porque no podría comprobar a través del pequeño acto cuanto le interesaba él a ella. Entonces continuó distrayéndose voluntariamente con cosas que no valían nada y reprimiendo sus deseos de decir todo lo que sentía.
Del otro lado de la computadora ella apagó aburrida la pantalla y besó a su joven acompañante, creando a cada beso una nueva eternidad.


Facundo Joel

miércoles, 7 de octubre de 2009

Once

Ningún padre de la iglesia
ha sabido explicar
por qué no existe
un mandamiento once
que ordene a la mujer
no codiciar al hombre
de su prójima.
Mario Benedetti

martes, 29 de septiembre de 2009

Encuentro

Lo encontré en una esquina de la calle Florida
Más pálido que nunca, distraído como antes,
Dos largos años hubo poseído mi vida...
Lo miré sin sorpresa, jugando con mis guantes.

Y una pregunta mía, estúpida, ligera,
De un reproche tranquilo llenó sus transparentes
Ojos, ya que le dije de liviana manera:
-¿Por qué tienes ahora amarillos los dientes?

Me abandonó. De prisa le vi cruzar la calle
Y con su manga oscura rozar el blanco talle
De alguna vagabunda que andaba por la vía.

Perseguí por un rato su sombrero que huía...
Después fue, ya lejana, una mancha de herrumbre.
Y lo engulló de nuevo la espesa muchedumbre.

Alfonsina Storni

domingo, 20 de septiembre de 2009

Parafraseando individualizaciones

Debe ser esa soledad de sentarse a escribir frente a una computadora. Si, es verdad, afuera llueve y algunos barrios están inundados, mientras unas baldosas flojas salpican de agua a niños que juegan, con la misma agua que mojó a quien esperaba el colectivo en esa misma esquina. Recién vengo de la calle, no hay mucho misterio, mi ropa revela el secreto, tengo el alma empapada de un otoño que se va, hasta que las soledades invernales del próximo año vayan a buscarlo y lo acaricien y sean mis verdugos y mis colegas. Tristes hombres, tristes tristes, diría Miguel. Es que son tristes armas si no son las palabras, porque una palabra puede lastimar mas que un puñal o ser mas bella que una flor o tener mas relámpagos que el cielo y mas luz que la estrella de ahí, la que se esconde detrás del edificio, de “todos los edifcios el edificio”. Siempre que deliro, llueve, diría el profesor de ciencia explicando el término condicional en introducción a la lógica; motivo por el cual aquí llueve a cántaros. Pero, vamos a detenernos en el profesor de lógica, imagínenlo seguro de si mismo explicando todos los cuatrimestres los mismos temas, aunque ese no es el problema obviamente, pero piénsenlo un segundo usando las mismas palabras, el mismo traje, la misma cara y el mismo perfume que los otros años. Me canse de este profesor, y de que se le diga profesor a estos elocuentes parlanchines programados, a veces pienso que las computadoras realmente están hechas a semejanza de los hombres.
Intrépido tren aquel que lleva al profesor, bastante curioso el tren idéntico a si mismo, idéntico a la identidad y yo acá escribiendo en frente de una computadora, mientras pasa el transporte sobre unas vías oxidadas a metros míos… no, no me gustó como quedó, podría cambiar la idea del tren por un ómnibus, mm pero no tendría sentido, buen lo dejo así, total el profesor nunca va a darse cuenta si es un tren o es un ómnibus, en nada va a cambiarle, si es tan solo un personaje que inventé yo. Va a mirar por la ventana y va a pensar que piensa, sin darse cuenta que yo le marco los pasos, que idiota el personaje que cree. En el tren se acuerda, o escribo que se acuerda del verano en Mar del Plata, que con un simple borrón sería en Punta del Este y entonces tendría una sonrisa más efusiva.
Come, habla, viaja y enseña con la convicción de que decide lo que hace, pobre estúpido el profesor, no sabe lo que hace, no sabe lo que sabe. Y muestra orgulloso su documento que dice Carlos Echegoyen, y no se da cuenta que puede ser Arnaldo Rodríguez y que su nacionalidad cambia a mi antojo y que sus lentes ya no le sirven, porque se me ocurre que se recuperó de la vista y quizás mañana el los vuelva a necesitar porque me voy a despertar ebrio y voy a escribir incoherentemente “Esa mañana en el bar, tomó el diario y no pudo distinguir la n de la m y se hicieron borrosas las letras de la sección de espectáculos, y a la tarde llamó al oculista y al atenderle la atractiva secretaria, le pidió un turno para las…”. Pobre infeliz, ahí sentado corrigiendo trabajos prácticos en el escritorio. Tristes hombres, tristes tristes.
Lee libros, mira documentales y piensa que cada vez esta mas cerca de la realidad, que madura linealmente con respecto al tiempo, que respira, que vomita hojas secas, que se envenena con aire.
Solo puede generarme lástima el escritor que redacta, corrige y cree que inventa sentado frente a una computadora…

Facundo Joel

viernes, 11 de septiembre de 2009

LA CIUDAD

Se hacen de hormigón y de cristal,
de lugares extraños y gentes ocupadas.

En todas crece un árbol
delante de la casa de un suicida
y hay niños que acostumbran a dormirse
soñando con un perro.

No faltan desayunos en hoteles lujosos,
ni tampoco familias con jardín,
pero son más frecuentes
los portales oscuros con pareja de novios,
el beso frío,
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas,
las tardes de domingo en las cafeterías
y el humo de los coches en los ojos del loco
que murmura sus años
y los cuenta sin fin
de metro en metro.

Al salir de los túneles sentimos
que los cielos de agua
son igual que una carta del pasado,
y suele comprenderse
que la vida es un arma lenta y de doble filo
en los pasos sin nadie,
en las noches vacías
o en la debilidad que tienen
las ciudades por los cines de barrio
y por las taquilleras muy pintadas.

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos,
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte,
La gente que nos mira,
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas,
necesita el amparo
de otra vegetación,
un sigilo de números y tarjetas de crédito
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes
como los muebles y las ratas viejas.

No es inútil viajar,
porque es cierto que todas las ciudades
amanecen de un modo parecido,
pero la noche llega en cada una
de manera distinta.

De día pueden verse
secretarias, conserjes, policías,
músicos callejeros y soldados,
dependientas que escuchan y sonríen,
oficinistas con olor a instancia,
conductores, extraños sacerdotes,
ejecutivos humillados.

Igual en todas partes,
porque apenas existen los kilómetros.

Pero existe la noche,
la soledad que borra los oficios
en un mundo habitado solamente
por hombres y mujeres,
confidencias de amarga valentía.

En las ciudades pueden encontrarse
relojes que se paran en la última copa,
la luna sobre un taxi
y todos los poemas que te escribo.


Luis García Montero

viernes, 4 de septiembre de 2009

¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria?

¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria
del privilegio aquel, de aquel aquello
que era, almenadamente blanco y bello,
una almena de nata giratoria?


Recuerdo y no recuerdo aquella historia
de marfil expirado en un cabello,
donde aprendió a ceñir el cisne cuello
y a vocear la nieve transitoria.


Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo
de estrangulable hielo femenino
como una lacteada y breve vía.


Y recuerdo aquel beso sin apoyo
que quedó entre mi boca y el camino
de aquel cuello, aquel beso y aquel día.

Miguel Hernandez

domingo, 16 de agosto de 2009

Continuidad de los parques

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.


Julio Cortazar

martes, 21 de julio de 2009

Retrato de quien no soy

Las horas se marchitaban y la soledad no se rendía
Hacía tiempo que era un simple espectador,
Los días se fugaban de mi existencia
Y el viento susurraba mi desgracia al oído

Trataba de no huir y quedarme, no escaparme
Burlarme del reloj y reírme a carcajadas de la rutina
De despertarme repentinamente
O tan solo dormir por siempre

Solía parecerme a los demás
Buscando identificarme con los modelos preestablecidos
Obedecer a las publicidades
Y caminar sin mirar los ojos de la gente

Aunque de vez en cuando volvía a ser yo
Seguía siendo, tan solo, un espejismo eterno del recuerdo
Un charco cristalino de lluvia
Que se secó en la infinita humedad de la tristeza


Facundo Joel


domingo, 12 de julio de 2009

Vuelta al barrio


Y allí estaba yo. Devuelta donde todo empezó. Aún me acordaba de sus calles, sin siquiera verlas, las encontraba en cada paisaje en todos los ambientes: sus intersecciones irregulares, su empedrado añejo y sus negocios característicos.



Pero no es cierto. Me engaño a mi mismo, pensando que el barrio se mantiene igual, que los olores me esperan y que el tiempo abrió un abismo el día en que marche. Los comercios no son los mismos, es verdad. Los que lograron sobrevivir al tiempo, el enemigo innato que tiene la vida, se encuentran bastante deteriorados.



En una de las cuatro esquinas de la calle 9 y 12 me encontraba ahora, con una lagrima desprendiéndose de mi alma. Pensar que estas baldosas en las que me sostengo fueron pisadas por los mismos pies en todas mis etapas de madurez. Mi huella invisible se encuentra ahí.



En la mano derecha de la 9 está la carnicería “don pepe”, la cual lo único que conserva es el nombre y los precios bajos; don pepe falleció hace 10 años. La organización de la vidriera diside a la anterior y el cartel que ahora otorga identidad al negocio es uno moderno con letras luminosas.



Tres casas a la derecha, se encontraba la sucia proveeduría, perteneciente actualmente a inmigrantes asiáticos que la rebautizaron con el nombre de “buenas ondas”. Cuando el padre de Mario era el dueño del local, recuerdo que hurtábamos todo tipo de bebidas alcohólicas siendo menores de edad, aún cuando nos parecían repugnantes. Miles de anécdotas resaltan mi memoria, que se mantiene intacta. Veo el vacío de un barrio detenido por el horario de la siesta, lleno de imágenes que se superponen entre si.



Enfrente del mercado camuflado entre las casas estilo colonial, tan solo había un comercio, a simple viste funcionando como un deposito en la actualidad. Allí se encontraba la tradicional “pulpería”. Cuando éramos unos niños nos horrorizaba entrar, la oscuridad y el humo que emanaba el lugar aterrorizaba hasta al más valiente. Mi padre concurría seguido a la pulpería donde se reunía, jugaba y se embriagaba con los “amigos” que mas tarde lo traicionarían en un negociado de turbio desarrollo. Al crecer, mi sensación con dicho lugar se trasformó de respeto a repugnancia, no podía evitar relacionar su entorno con la vejez.



A decir verdad, cada comercio de este lugar me marcó enormemente, como el kiosco de “La Martita”(Una mujer adorable que a mi parecer siempre fue una mujer mayor, pero por algún motivo le seguían diciendo “Martita”) ubicado en la 12 entre la 7 y la 5; y también “La Vieja Casona”, establecimiento histórico donde más de una generación como la mía perdió su virginidad.



Las nubes se fueron posando en lo alto, ganando terreno en el cielo, mientras la aguja de mi reloj se posaba en el número 4. Insulsamente los locales comenzarían a subir las persianas y las vecinas a sentarse en las sillas de las veredas para hablar de sus maridos.



Los estudiantes de la primaria Normal 10 empezarían a salir, reluciendo sus pintorescos guardapolvos y sus nuevas figuritas usadas que lograron intercambiar en los recreos.



En media hora, pero de hace 50 años atrás, mis amigos (entre ellos seguramente El polaco, Mario y el Panza) me pasarían a buscar para ir a jugar un “picado” a la plaza, se repetiría una vez mas la problemática de conseguir la pelota y finalmente terminaríamos comprándole el balón “un día” a La Martita.( El origen del nombre de las pelotas se remite a su escasa durabilidad)



Nada era igual, ni tampoco iba a serlo como lo fue antes; aunque me costaba distinguir si realmente era ocasionada por mi percepción que se abusaba de mi edad y no me permitía distinguir que el gran cambio se produjo en mi y no en el barrio.



Necesitaba descansar y sabía que venía al lugar adecuado. Me sentía testigo de mi propia vida, viéndome reír y llorar en cada una de las esquinas. Eran tiempos en los que me conformaba con ser y estar, los primeros verbos que se aprenden. Aquellas palabras que tanto significan. En cuestión de años deje de estar en los lugares que me hacían felices, y por lo tanto deje de ser. Mi identidad, fiel como Penélope, se quedo acá, con mis reliquias; esperando mi regreso, mirando el reloj a cada hora, deshojando calendarios. No me reconoció cuando me vio con mi aire cansado y mi lento andar. Me reprochó las largas noches de espera, pero luego se incorporó a mi, acompañada de una lista de recuerdos que dejé escondidos con ella.



Dos frases resonaron con el crujido de mis huesos al caminar por la vereda. “¿A dónde vas, si acá tenes todo? Vas a volver algún día y no nos vas a encontrar. Reprodujeron los labios de Mario aquel día en que subí al micro de larga distancia. Cada palabra retumbaba en mis oídos. No estaba arrepentido de lo que hice, cada uno elige su camino y lamentar su elección al ver el resultado provocado es un acto de cobardía.



Este es un lugar para quedarse a vivir, no para venir a morirse” Era una de las frases que reproducía mi padre como enseñanza de la historia de vida de mi abuelo, quien se mudó al barrio con una enfermedad crónica que le permitiría disfrutar tan solo un año de las alegría que se transmiten aquí. No creo que sea un error de mi parte; volver, implica vivir nuevamente cada segundo de vida, aunque esté cargado de muerte. Todo termina donde empieza, el ciclo de la vida concluye en un circulo que termina su curva donde el mismo lápiz comenzó a trazarla.



A lo lejos podía ver la silueta de la muerte, percibía que el hastío también había invadido su cuerpo; no parecía tener ganas de seguir cumpliendo su trabajo, pero disfrutaba de cada instante de él y nunca se equivocaba. Música sinfónica sonaban en los pasillos del túnel de la eternidad por donde multitudes presenciaron un mismo destino.



Los minutos se fueron marchitando, de la oscuridad se hizo luz y de la luz oscuridad; gran cantidad de dudas inundaban mi ser en la agonía de la nada y la eternidad, pero una certeza, la mas clara de todas las existentes, guiaba mi camino, la certeza de que siempre me quedaré aquí, en el barrio.






Facundo Joel






miércoles, 17 de junio de 2009

Puntos de vista

Desde el punto de vista del oriente del mundo,
el día de occidente es noche.
En la India, quienes llevan luto, visten de blanco.

En la Europa antigua, el negro, color de la tierra fecunda,
era el color de la vida,
y el blanco, color de los huesos,
era el color de la muerte.

Según los viejos sabios de la región Colombiana del Chcó,
Adan y Eva eran negros, y negros eran sus hijos Caín y Abel.
Cuando Caín mató a su hermano de un garrotazo,
tronaron las iras de Dios. Ante las furias del Señor,
el asesino palideció de culpa y miedo, y tanto palideció
que blanco quedó hasta el fin de sus días.
Los blancos somos, todos, hijos de Caín.


"Patas arriba. La escuela del mundo al reves" Eduardo Galeano.

viernes, 5 de junio de 2009

CABO SOUNION

Al pasar de los años,
¿qué sentiré leyendo estos poemas
de amor que ahora te escribo?
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
en este amanecer de intimidad,
cuando la luz es inmediata y roja
y yo soy el que soy
y las palabras
conservan el calor del cuerpo que las dice.

Serán memoria y piel de mi presente
o sólo humillación, herida intacta.
Pero al correr del tiempo,
cuando dolor y dicha se agoten con nosotros,
quisiera que estos versos derrotados
tuviesen la emoción
y la tranquilidad de las ruinas clásicas.
Que la palabra siempre, sumergida en la hierba,
despunte con el cuerpo medio roto,
que el amor, como un friso desgastado,
conserve dignidad contra el azul del cielo
y que en el mármol frío de una pasión antigua
los viajeros románticos afirmen
el homenaje de su nombre,
al comprender la suerte tan frágil de vivir,
los ojos que acertaron a cruzarse
en la infinita soledad del tiempo.

Luis García Montero

jueves, 7 de mayo de 2009

Justicia

En 1997, un automóvil de chapa oficial venía circulando a velocidad normal por una avenida de San Pablo. En el automovil, nuevo, caro, viajaban tres hombres. En un cruce, los paró un policía. El policía los hizo bajar y durante cerca de una hora los tuvo manos arriba, y de espaldas, mientras les preguntaba una y otra vez dónde habían robado ese automóvil.
Los tres hombres eran negros. Uno de ellos, Edivaldo Brito, era el Secretario de Justicia del gobierno de San Pablo. Los otros dos eran funcionarios de la Secretaría. Para Brito, esto no tenía nada nuevo. En menos de un año, le había ocurrido cinco veces.
El policía que los había detenido era, también, negro.


"PATAS ARRIBA. LA ESCUELA DEL MUNDO AL REVES" Eduardo Galeano

miércoles, 11 de marzo de 2009

“Dormir es lo mejor de tu descanso: lo provocas a menudo y sin embargo temes a la muerte que es la misma cosa”(1)
¿Que será eso que llaman la muerte?,¿ el final de lo que consideramos vida, o el principio quizas? , ¿en que se asemejan el dormir y morir?, no podríamos definirlo, no conocemos la muerte, pero tampoco con certeza lo que realmente es dormir, cuando estamos soñando, cuando se acaba el sueño y comienza la "vida empírica", o cuando termina esa vida empírica, material y comienza el sueño eterno.
Es muy confuso desentrañarlo, puede que dormir, morir, soñar y vivir, sean sinónimos y signifiquen lo mismo, solo que detallan diferentes aspectos de un mismo fenómeno, distintas etapas. ¿Sabrá por instinto el hombre que va morir inevitablemente? y volviendo a la frase de Hamlet, quizas lo mejor de dormir es saber que es una sensación efímera, que despertarás cuando el sueño decida terminar, que algo te espera al despertar, por mas miserable que sea lo que te espera. En cambio, ¿en que realidad despertarás tras la muerte?, siempre el miedo innato a lo desconocido...


(1)Measure for Measure William Shekspeare

jueves, 5 de febrero de 2009

PROVERBIOS Y CANTARES (nueva canción)

I
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.

II
Para dialogar,
preguntad, primero;
después... escuchad.

III
Todo narcisismo
es un vicio feo,
y ya viejo vicio.

IV
Mas busca en tu espejo al otro,
al otro que va contigo.

V
Entre el vivir y el soñar
hay una tercera cosa.
Adivínala.

VI
Ese tu Narciso
ya no se ve en el espejo
porque es el espejo mismo.

VII
¿Siglo nuevo? ¿Todavía
llamea la misma fragua?
¿Corre todavía el agua
por el cauce que tenía?

VIII
Hoy es siempre todavía.

IX
Sol en Aries. Mi ventana
está abierta al aire frío
--¡Oh rumor de agua lejana!—
La tarde despierta al rio.

X
En el viejo caserío
--¡oh anchas torres con cigüeñas!—
enmudece el son gregario,
y en el campo solitario
suena agua entre las peñas.

XI
Como otra vez, mi atención
está del agua cautiva;
pero del agua en la viva
roca de mi corazón

XII
¿Sabes, cuando el agua suena,
si es agua de cumbre o calle,
de plaza, jardín o huerta?

XIII
Encuentro lo que no busco:
las hojas del toronjil
huelen a limón maduro.

XIV
Nunca traces tu frontera,
ni cuides de tu perfil;
todo eso es cosa de fuera.

XV
Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.

XVI
Si vino la primavera,
volad a las flores;
no chupéis cera.

XVII
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.

XVIII
Buena es el agua y la sed;
buena es la sombra y el sol:
la miel de flor de romero,
la miel de campo sin flor.

XIX
A la vera del camino
hay una fuente de piedra,
y un cantarillo de barro
-glu-glu- que nadie se lleva

XX
Adivina adivinanza,
que quieren decir la fuente,
el cantarillo y el agua.

XXI
...Pero yo he visto beber
hasta en los charcos del suelo.
Caprichos tiene la sed...

XXII
Sólo quede un símbolo:
quod elixum est ne assato.
No aséis lo que está cocido.

XXIII
Canta, canta, canta,
junto a su tomate,
el grillo en su jaula.

XXIV
Despacito y buena letra:
el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas.

XXV
Sin embargo...
¡Ah!, sin embargo,
importa avivar los remos,
dijo el caracol al galgo

XXVI
!Ya hay hombres activos!
Soñaba la charca
con sus mosquitos.

XXVII
¡Oh calavera vacía!
¡Y pensar que todo era
dentro de ti, calavera!,
otro Pandolfo decía.

XXVIII
Cantores, dejad
palmas y jaleo
para los demás.

XXIX
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.

XXX
Mas no busquéis disonancias;
porque, al fin, nada disuena,
siempre al son que tocan bailan.

XXXI
Luchador superfluo,
ayer lo más noble,
mañana lo más plebeyo.

XXXII
Camorrista, boxeador,
zúrratelas con el viento

XXXIII
Sin embargo...
¡Oh!, sin embargo,
queda un fetiche que aguarda
ofrenda de puñetazos

XXXIV
''O rinnovarsi o perire''...
No me suena bien.
Navigare é necessario...
Mejor: ¡vivir para ver!

XXXV
Ya maduró un nuevo cero,
que tendrá su devoción:
un ente de acción ta huero
como un ente de razón.

XXXVI
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.

XXXVII
Viejo como el mundo es
-dijo un doctor-, olvidado,
por sabido y enterrado
cual la momia de Ramsés.

XXXVIII
Mas el doctor no sabía
que hoy es siempre todavía.

XXXIX
Busca en tu prójimo espejo;
pero no para afeitarte,
ni para teñirte el pelo.

XL
Los ojos por que suspiras,
sábelo bien,
los ojos en que te miras
son ojos porque te ven.

XLI
-Ya se oyen palabras viejas.
-Pues aguzad las orejas.

XLII
En seña el Cristo: a tu prójimo
amarás como a ti mismo,
mas nunca olvides que es otro.

XLIII
Dijo otra verdad:
busca el tú que nunca es tuyo
ni puede serlo jamás

XLIV
No desdeñéis la palabra;
el mundo es ruidoso y mudo,
poetas, sólo Dios habla

XLV
¿Todo para los demás?
Mancebo llena tu jarro
que ya te lo beberán.

XLVII
Autores, la escena acaba
con un dogma de teatro:
En el principio era la máscara

XLVIII
Será el peor de los malos
bribón que olvide
su vocación de diablo.

LXIX
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad

L
Con el tú de mi canción
no te aludo, compañero;
ese tú soy yo.

LI
Demos tiempo al tiempo:
para que el vaso rebose
hay que llenarlo primero.

LII
Hora de mi corazón:
la hora de una esperanza
y una desesperación.

LIII
Tras el vivir y el soñar,
está lo que más importa:
despertar.

LIV
Le tiembla al cantar la voz.
Ya no le silban sus coplas,
que silba su corazón.

LV
Ya hubo quien pensó:
Cogito ergo non sum,
¡Que exageración!

LVI
Conversación de gitanos:
—¿Cómo vamos, compadrito?
—Dando vueltas al atajo.

LVII
Algunos desesperados
sólo se curan con soga;
otros con siete palabras:
la fe se ha puesto de moda

LVIII
Creí mi hogar apagado
y revolví la ceniza...
Me quemé la mano.

LIX
¡Reventó de risa!
¡Un hombre tan serio!
...Nadie lo diría

LX
Que se divida el trabajo:
los malos unten la flecha;
los buenos tiendan el arco.

LXI
Como don San Tob,
se tiñe las canas
y con más razón.

LXII
Por dar al viento trabajo,
cosía con hilo doble
las hojas secas del árbol

LXIII
Sentía los cuatro vientos,
en la encrucijada
de su pensamiento.

LXIV
¿Conoces los invisibles
hiladores de los sueños?
Son dos: la verde esperanza
y el torvo miedo.
Apuesta tienen de quien
hile más y más ligero,
ella, su copo dorado;
el, su copo negro.
Con el hilo que nos dan
tejemos, cuando tejemos

LXV
Siembra la malva:
pro no la comas,
dijo Pitágoras.
Responde al hachazo
-ha dicho el Buda ¡y el Cristo!-
con tu aroma, como el sándalo.
Bueno es recordar
las palabras viejas
que han de volver a sonar

LXVI
Poned atención:
un corazón solitario
no es un corazón.

LXVII
Abejas, cantores,
no a la miel, sino a las flores.

LXVIII
Todo necio
confunde valor y precio.

LXIX
Lo ha visto pasar en sueños...
Buen cazador de sí mismo,
siempre en acecho.

LXX
Cazó a su hombre malo,
el de los días azules,
siempre cabizbajo.

LXXI
Da doble luz a tu verso,
para leído de frente
y al sesgo.

LXXII
Mas no te importe si rueda
y pasa de mano en mano:
del oro se hace moneda.

LXXIII
De un arte de bien comer,
primera lección:
No has de coger la cuchara
con el tenedor

LXXVI
El tono lo da la lengua,
ni más alto ni más bajo;
sólo acompáñate de ella.

LXXVII
¡Tartarín en Koenigsberg!
Con el puño en la mejilla,
todo lo llegó a saber.

LXXVIII
Crisolad oro en copela,
y burilad lira y arco
no en joya, sino en moneda.

LXXIX
Del romance castellano
no busques la sal castiza;
mejor que romance viejo
poeta, cantar de niñas.
Déjale lo que no puedes
quitarle: su melodía
de cantar que canta y cuenta
un ayer que es todavía.

LXXX
Concepto mondo y lirondo
suele ser cáscara hueca;
puede ser caldera al rojo.

LXXXI
Si vivir es bueno,
es mejor soñar,
y mejor que todo,
madre, despertar

LXXXII
No el sol, sino la campana,
cuando te despierta, es
lo mejor de la mañana.

LXXXIII
¡Que gracia! En la Hesperia triste,
promontorio occidental,
en este cansino rabo
de Europa por desollar,
y en una ciudad antigua,
chiquita como un dedal,
¡el hombrecillo que fuma
y piensa, y ríe al pensar:
cayeron las altas torres;
en un basurero están
la corona de Guillermo,
la testa de Nicolás!
Baeza 1919

LXXXIV
Entre las brevas soy blando;
entre las rocas, de piedra.
¡Malo!

LXXXV
¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

LXXXVI
Tengo a mis amigos
en mi soledad;
cuando estoy con ellos
¡que lejos están!

LXXXVII
¡Oh Guadalquivir!
Te vi en Cazorla nacer;
Hoy, en Sanlucar morir.
Un borbollón de agua clara,
debajo de un pino verde
eras tú, ¡qué bien sonabas!
Como yo cerca del mar,
río de barro salobre,
¡sueñas con tu manantial?

LXXXVIII
El pensamiento barroco
pinta virutas de fuego,
hincha y complica el decoro.

LXXXIX
Sin embargo...
¡Oh!, sin embargo,
hay siempre un ascua de veras
en su incendio de teatro

XC
¿Ya de su olor se avergüenzan
las hojas de la albahaca,
salvias y alhucemas?

XCI
Siempre en alto, siempre en alto.
¿Renovación? Desde arriba.
Dijo la cucaña al árbol.

XCII
Dijo el árbol: teme al hacha,
palo clavado en el suelo:
contigo la poda es tala.

XCIII
Cuál es la verdad? El río
que fluye y pasa
donde el barco y el barquero
son también ondas del agua?
O este soñar del marino
siempre con ribera y ancla?

XCIV
Doy consejo a fuer de viejo:
nunca sigas mi consejo

XCV
Pero tampoco es razón desdeñar
consejo que es confesión.

XCVI
¿Ya sientes la savia nueva?
Cuida, arbolillo,
que nadie lo sepa.

XCVII
Cuida que no se entere
la cucaña seca
de tus ojos verdes

XCVIII
Tu profecía, poeta.
-Mañana hablaran los mudos:
el corazón y la piedra.
XCIX
-¿Mas el arte?...
-Es puro juego,
que es igual a pura vida,
que es igual a puro fuego.
Veréis el ascua encendida

Antonio Machado

viernes, 9 de enero de 2009

Historia de un tren


El tren de las 8 de la mañana partió con dos minutos de retraso esa mañana de la estación Suarez. El sol de la renaciente primavera hacía lucir el metal desgastado de los añejos vagones.

El día no insinuaba ser trascendental y poseía en el ambiente un clima rutinario.

En el trayecto de Suarez a Villa Ballester ya no quedaban asientos desocupados y comenzaba a vislumbrarse algún que otro pasajero parado.

Felipe subió al tren en la estación Urquiza a las 8:21, después de una espera de diez minutos, atormentado por la ausencia de un desayuno suculento. Dudó en subir al furgón, donde generalmente se sitúan los viajantes con bicicletas o cargamentos, y decidió subir finalmente al vagón próximo, donde a metros de la puerta se situaba una mujer de pelo negro y ojos oscuros, que lo miraba penetrantemente.

Ya dentro del vagón Felipe pudo contemplar la heterogeneidad de la gente que se encontraba en el mismo espacio que él, pero que casualmente no tenían ningún tipo de relación ni conversación, con excepción al “permiso”, el “disculpe” y el “¿se baja acá?”.

A tres personas suyas se encontraba un hombre robusto, de apariencia desdeñosa y desprolija con los pelos despeinados cuya ocupación era albanil y su destino la estación colegiales.

No le sorprendería saber a Felipe que uno de cada tres hombres de ese vagón, al bajarse en Retiro, iría a una oficina a pasar un tercio de su día trabajando disconformemente para alguna persona que no conocían.

“De las mujeres que viajan en el tren, las de la mañana son las mas bonitas” Recuerda Felipe de la conversación con amigos, confirmando su tesis al contemplar una mujer de cabellos rubios que vestía botas de cuero.

A metros suyo lograba ver una pareja que no se amaba, un hombre frustrado, una mujer maquillada precariamente con los parpado hinchados de llorar, dos adolescentes preocupados por las posibles represalias de no sacar pasaje y un señor soltero de aproximadamente sesenta años, que miraba los paisajes de los barrios porteños con cierta nostalgia.

Personas de diferentes orígenes, edades, sexo, religiones, e inquietudes convivían día tras día en un mismo tren en combinaciones diferentes e inigualables, compartiendo el mismo viaje todas las mañanas. Lo único que los unía era el desinterés general de la existencia del otro.

Cada dos estaciones un vendedor ambulante se ocupaba de ofertar sus productos a gente sin cara y sin oídos. El mismo que ayer vendía tarjetas telefónicas, ahora buscaba la forma de vender discos de música, para mañana vender agujas de tejer; pero nadie se tomaba la molestia de registrar ese detalle.

Felipe ahora se dedicaba a ver sin mirar y cada tanto se cuestionaba porque motivo siempre viajaba parado.

Pero no todos se encasillaban en su humor mañanero, había quienes dedicaban el tiempo improductivo en leer, hacer crucigramas, hablar por teléfono, dormir y hurgarse la nariz.

Ya pasada la estación Colegiales a las 8:30, los ruidos que el tren emanaba y las falencias que se podían vislumbrar a simple vista de la maquinaria, dieron el puntapié a una gran desaceleración hasta el estancamiento definitivo del mismo.

El silencio se mantuvo estático en el vagón de Felipe durante los primeros 5 minutos de paraje improvisto. Transcurrido el mínimo de tiempo de paciencia global, las quejas murmullos y alborotos uniformes comenzaron a trascender. Ya no solo les molestaba el aroma a orina caracterizante del transporte, sino que estaban disgustados con lo perjudicial que sería esta demora indeterminada para sus actividades.

Las personas comenzaban a mirarse disimuladamente y en el fondo se escuchaban quejas típicas acorde a la situación.

Las soluciones más disparatadas y antagónicas lograban oírse. Una señora con cuatro décadas encima comentaba a la joven de su derecha, con un tono mas que elevado, la idea de escaparse por la ventana e ir a hacer la denuncia a la policía, debido a que lo acontecido era una estafa. Un joven cuyo vocabulario parecía ser bastante restringido opinaba que había que “arrebatar a los zarpados que paran el tren”

Mientras las puertas del vagón se mantenían cerradas y ningún empleado de la empresa de servicio se presentaba para hacerse responsable de la situación, cada uno de los pasajeros iba olvidando persuasivamente sus actividades y compromisos en el exterior.

Felipe volvió a mirar a la mujer de pelo negro y ojos oscuros junto a la puerta, mientras ella le devolvía la mirada para luego evitarlo y viceversa.

En un momento al mirarse se confundieron de tal manera que sintieron que se conocían eternamente, que sabían mutuamente de todos sus detalles y de que a pesar de las personas que los distanciaban físicamente en el vagón, estaban uno junto al otro. La manera en que la dama de nombre desconocido movía sus labios y los combinaba con la humedad de su boca, generaba en los ojos de Felipe una confusión tan grande que no podía distinguir aquella situación de cualquier sueño vulgar.

Durante esa fugaz interacción pasaron, horas o quizás segundo, o tal vez fue tan solo un minuto. Pero Felipe sabía bien que la teoría del tiempo era inconclusa y había situaciones como ésta, en que no existía diferencia entre un día y un segundo y la ley del reloj perdía totalmente todo su sentido racional.

De un momento a otro los pasajeros comenzaron a conversar cordialmente y a interactuar de un modo tan particular que ninguno quedaba excluido de cualquier charla. A un hombre que subsistía recolectando cartones y vendiéndolos a recicladoras se le escuchó platicar de política con un contador y mas tarde se incorporó discretamente un abogado, pero sin presumir por su capacitación o por su conocimiento. Los dos adolescentes que no habían comprado el boleto reían a carcajadas con un grupo de mujeres jóvenes que acaban de conocer. Esporádicamente todo se desfiguraba y se configuraba nuevamente de una forma distinta, alterada. Los pasajeros parecían colegas y el sol que hasta unos minutos los sofocaba y torturaba, ahora los destellaba y resplandecía con su luminosidad.

Felipe se decidió involuntariamente a acercarse a la mujer próxima a la puerta, que para ese entonces era una extraña conocida. Sus piernas avanzaban lentamente siguiendo las expectativas de los ojos de ella. Los labios de ambos presentían que los esperaba un destino común.

Pero como todo sueño profundo tiene un final interrumpido y termina en el momento en que no debería, dejando un trayecto de la historia sin recorrer; el mismo cuerpo de Felipe que avanzaba hacia la cara desconocida del deseo, se vio desmoronarse y golpearse contra el suelo tras el brusco y repentino arranque del tren Suárez. Varios viajantes más sufrieron la misma suerte, con lesiones intrascendentes.

El silencio se fue poblando nuevamente en el vagón y cada persona volvía a adaptarse al papel que representaba en la obra de la cotidianeidad.

El sudor y la humedad se fueron apoderaron del ambiente, y los pasajeros decidieron volver a la indiferencia.

Mientras Felipe lograba reestabilizarse y recuperar el equilibrio, la mujer de pelo negro descendió en la estación Carranza, perdiéndose de su vista, extraviada ahora en las profundidades de Capital Federal.

Felipe finalmente descendió en Retiro, como lo había previsto antes de subirse al tren, convencido en su totalidad que hoy sería un día como los anteriores.


Facundo Joel


lunes, 5 de enero de 2009

Incertidumbre juvenil

Allí me encontraba yo, meditando, reflexionando... Era el momento que siempre sospeché que llegaría mas tarde, que imaginé que sería el mañana eternamente. El tiempo me jugó una encrucijada, e interpuso mi destino antes de lo esperado. Estaba en la disyuntiva de seguir pareciendo un niño o ser la imagen de un adulto ante los ojos de la sociedad.
¿Como iba a llegar hasta allá? ¿Que tendría que decir exactamente? ¿Como lo iba a decir? ¿Era esto realmente lo que quería? Ante la última pregunta lo único que sabía es que eso era realmente lo que deseaba, pero al analizarlo en cada detalle encontraba incongruencias que no me convencían totalmente. Realmente estaba desconcertado, miles de dudas inundaban mi mente y se escapaban lentamente sin respuesta alguna hacia algún otro lugar, quizás hacia alguna mentalidad más brillante que la mía, que pudiera saciarla con alguna respuesta adecuada.
¿Quien iba a brindarme el servicio que yo necesitaba? ¿Le temblarían las manos como me tiemblan a mí ahora al pensar en ello? ¿Seguiría yo estando nervioso en el momento en que acontezca? ¿Que precio me cobrarían por ello? Tenía algo de plata juntada, que ante mi estimación pensaba que me iba a alcanzar, no existían intenciones de pedirles dinero a mis padres, soy de los que creen que esto pertenece a gastos personales. Un tío mío se ofrecía a llevarme, y ocasionalmente me hacía chistes con respecto al tema. Me decía que no era nada extraño, ni anormal el lugar, que no hay motivo para que exista timidez por concurrir a un lugar de tal estirpe.
Yo sabía que mis amigos iban con frecuencia a esos lugares, hay bastantes en el barrio, algunos son clientes de varios años, y hasta algunos van junto a sus padres a adquirir el servicio. A mi no me convencen esas cosas, es una actividad en donde, a mi entender, la companía de un tercero siempre esta demás, ¿para que necesito alguien que venga conmigo? ¿Para que se quede mirándome?
Un vacío inconmensurable llenaba mi ser. La única certeza que en mí cabía era la de saber que tarde o temprano iba a ocurrir, pero lo que no tenía realmente decidido era si prefería que sea tarde o temprano.
Pero el tiempo indicado había llegado, las dudas y replanteos habían quedado de lado, era hora de decidirme a hacerlo, después de todo era algo relativamente cotidiano. Como ya lo tenía previsto, elegí ir solo, me duché y escogí usar la vestimenta más adecuada; al rato caminé las dos cuadras hasta el establecimiento, que parecieron las cuadras más largas del mundo, mientras mas caminaba más lejos estaba de destino. Al llegar allí entoné mi voz, como quien sabe que sus labios van a pronunciar una oración decisiva para su futuro, y hablando entrecortado por el nerviosismo, le comunique finalmente a la señorita que me atendió: “Quiero un corte de cabello lo mas corto posible, con lavado y enjuague previo”. Los días de adolescencia y pelo ondulado hasta la cintura habían acabado.

Facundo Joel