martes, 29 de septiembre de 2009

Encuentro

Lo encontré en una esquina de la calle Florida
Más pálido que nunca, distraído como antes,
Dos largos años hubo poseído mi vida...
Lo miré sin sorpresa, jugando con mis guantes.

Y una pregunta mía, estúpida, ligera,
De un reproche tranquilo llenó sus transparentes
Ojos, ya que le dije de liviana manera:
-¿Por qué tienes ahora amarillos los dientes?

Me abandonó. De prisa le vi cruzar la calle
Y con su manga oscura rozar el blanco talle
De alguna vagabunda que andaba por la vía.

Perseguí por un rato su sombrero que huía...
Después fue, ya lejana, una mancha de herrumbre.
Y lo engulló de nuevo la espesa muchedumbre.

Alfonsina Storni

domingo, 20 de septiembre de 2009

Parafraseando individualizaciones

Debe ser esa soledad de sentarse a escribir frente a una computadora. Si, es verdad, afuera llueve y algunos barrios están inundados, mientras unas baldosas flojas salpican de agua a niños que juegan, con la misma agua que mojó a quien esperaba el colectivo en esa misma esquina. Recién vengo de la calle, no hay mucho misterio, mi ropa revela el secreto, tengo el alma empapada de un otoño que se va, hasta que las soledades invernales del próximo año vayan a buscarlo y lo acaricien y sean mis verdugos y mis colegas. Tristes hombres, tristes tristes, diría Miguel. Es que son tristes armas si no son las palabras, porque una palabra puede lastimar mas que un puñal o ser mas bella que una flor o tener mas relámpagos que el cielo y mas luz que la estrella de ahí, la que se esconde detrás del edificio, de “todos los edifcios el edificio”. Siempre que deliro, llueve, diría el profesor de ciencia explicando el término condicional en introducción a la lógica; motivo por el cual aquí llueve a cántaros. Pero, vamos a detenernos en el profesor de lógica, imagínenlo seguro de si mismo explicando todos los cuatrimestres los mismos temas, aunque ese no es el problema obviamente, pero piénsenlo un segundo usando las mismas palabras, el mismo traje, la misma cara y el mismo perfume que los otros años. Me canse de este profesor, y de que se le diga profesor a estos elocuentes parlanchines programados, a veces pienso que las computadoras realmente están hechas a semejanza de los hombres.
Intrépido tren aquel que lleva al profesor, bastante curioso el tren idéntico a si mismo, idéntico a la identidad y yo acá escribiendo en frente de una computadora, mientras pasa el transporte sobre unas vías oxidadas a metros míos… no, no me gustó como quedó, podría cambiar la idea del tren por un ómnibus, mm pero no tendría sentido, buen lo dejo así, total el profesor nunca va a darse cuenta si es un tren o es un ómnibus, en nada va a cambiarle, si es tan solo un personaje que inventé yo. Va a mirar por la ventana y va a pensar que piensa, sin darse cuenta que yo le marco los pasos, que idiota el personaje que cree. En el tren se acuerda, o escribo que se acuerda del verano en Mar del Plata, que con un simple borrón sería en Punta del Este y entonces tendría una sonrisa más efusiva.
Come, habla, viaja y enseña con la convicción de que decide lo que hace, pobre estúpido el profesor, no sabe lo que hace, no sabe lo que sabe. Y muestra orgulloso su documento que dice Carlos Echegoyen, y no se da cuenta que puede ser Arnaldo Rodríguez y que su nacionalidad cambia a mi antojo y que sus lentes ya no le sirven, porque se me ocurre que se recuperó de la vista y quizás mañana el los vuelva a necesitar porque me voy a despertar ebrio y voy a escribir incoherentemente “Esa mañana en el bar, tomó el diario y no pudo distinguir la n de la m y se hicieron borrosas las letras de la sección de espectáculos, y a la tarde llamó al oculista y al atenderle la atractiva secretaria, le pidió un turno para las…”. Pobre infeliz, ahí sentado corrigiendo trabajos prácticos en el escritorio. Tristes hombres, tristes tristes.
Lee libros, mira documentales y piensa que cada vez esta mas cerca de la realidad, que madura linealmente con respecto al tiempo, que respira, que vomita hojas secas, que se envenena con aire.
Solo puede generarme lástima el escritor que redacta, corrige y cree que inventa sentado frente a una computadora…

Facundo Joel

viernes, 11 de septiembre de 2009

LA CIUDAD

Se hacen de hormigón y de cristal,
de lugares extraños y gentes ocupadas.

En todas crece un árbol
delante de la casa de un suicida
y hay niños que acostumbran a dormirse
soñando con un perro.

No faltan desayunos en hoteles lujosos,
ni tampoco familias con jardín,
pero son más frecuentes
los portales oscuros con pareja de novios,
el beso frío,
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas,
las tardes de domingo en las cafeterías
y el humo de los coches en los ojos del loco
que murmura sus años
y los cuenta sin fin
de metro en metro.

Al salir de los túneles sentimos
que los cielos de agua
son igual que una carta del pasado,
y suele comprenderse
que la vida es un arma lenta y de doble filo
en los pasos sin nadie,
en las noches vacías
o en la debilidad que tienen
las ciudades por los cines de barrio
y por las taquilleras muy pintadas.

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos,
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte,
La gente que nos mira,
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas,
necesita el amparo
de otra vegetación,
un sigilo de números y tarjetas de crédito
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes
como los muebles y las ratas viejas.

No es inútil viajar,
porque es cierto que todas las ciudades
amanecen de un modo parecido,
pero la noche llega en cada una
de manera distinta.

De día pueden verse
secretarias, conserjes, policías,
músicos callejeros y soldados,
dependientas que escuchan y sonríen,
oficinistas con olor a instancia,
conductores, extraños sacerdotes,
ejecutivos humillados.

Igual en todas partes,
porque apenas existen los kilómetros.

Pero existe la noche,
la soledad que borra los oficios
en un mundo habitado solamente
por hombres y mujeres,
confidencias de amarga valentía.

En las ciudades pueden encontrarse
relojes que se paran en la última copa,
la luna sobre un taxi
y todos los poemas que te escribo.


Luis García Montero

viernes, 4 de septiembre de 2009

¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria?

¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria
del privilegio aquel, de aquel aquello
que era, almenadamente blanco y bello,
una almena de nata giratoria?


Recuerdo y no recuerdo aquella historia
de marfil expirado en un cabello,
donde aprendió a ceñir el cisne cuello
y a vocear la nieve transitoria.


Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo
de estrangulable hielo femenino
como una lacteada y breve vía.


Y recuerdo aquel beso sin apoyo
que quedó entre mi boca y el camino
de aquel cuello, aquel beso y aquel día.

Miguel Hernandez