Intrépido tren aquel que lleva al profesor, bastante curioso el tren idéntico a si mismo, idéntico a la identidad y yo acá escribiendo en frente de una computadora, mientras pasa el transporte sobre unas vías oxidadas a metros míos… no, no me gustó como quedó, podría cambiar la idea del tren por un ómnibus, mm pero no tendría sentido, buen lo dejo así, total el profesor nunca va a darse cuenta si es un tren o es un ómnibus, en nada va a cambiarle, si es tan solo un personaje que inventé yo. Va a mirar por la ventana y va a pensar que piensa, sin darse cuenta que yo le marco los pasos, que idiota el personaje que cree. En el tren se acuerda, o escribo que se acuerda del verano en Mar del Plata, que con un simple borrón sería en Punta del Este y entonces tendría una sonrisa más efusiva.
Come, habla, viaja y enseña con la convicción de que decide lo que hace, pobre estúpido el profesor, no sabe lo que hace, no sabe lo que sabe. Y muestra orgulloso su documento que dice Carlos Echegoyen, y no se da cuenta que puede ser Arnaldo Rodríguez y que su nacionalidad cambia a mi antojo y que sus lentes ya no le sirven, porque se me ocurre que se recuperó de la vista y quizás mañana el los vuelva a necesitar porque me voy a despertar ebrio y voy a escribir incoherentemente “Esa mañana en el bar, tomó el diario y no pudo distinguir la n de la m y se hicieron borrosas las letras de la sección de espectáculos, y a la tarde llamó al oculista y al atenderle la atractiva secretaria, le pidió un turno para las…”. Pobre infeliz, ahí sentado corrigiendo trabajos prácticos en el escritorio. Tristes hombres, tristes tristes.
Lee libros, mira documentales y piensa que cada vez esta mas cerca de la realidad, que madura linealmente con respecto al tiempo, que respira, que vomita hojas secas, que se envenena con aire.
Solo puede generarme lástima el escritor que redacta, corrige y cree que inventa sentado frente a una computadora…
Facundo Joel
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