domingo, 20 de septiembre de 2009

Parafraseando individualizaciones

Debe ser esa soledad de sentarse a escribir frente a una computadora. Si, es verdad, afuera llueve y algunos barrios están inundados, mientras unas baldosas flojas salpican de agua a niños que juegan, con la misma agua que mojó a quien esperaba el colectivo en esa misma esquina. Recién vengo de la calle, no hay mucho misterio, mi ropa revela el secreto, tengo el alma empapada de un otoño que se va, hasta que las soledades invernales del próximo año vayan a buscarlo y lo acaricien y sean mis verdugos y mis colegas. Tristes hombres, tristes tristes, diría Miguel. Es que son tristes armas si no son las palabras, porque una palabra puede lastimar mas que un puñal o ser mas bella que una flor o tener mas relámpagos que el cielo y mas luz que la estrella de ahí, la que se esconde detrás del edificio, de “todos los edifcios el edificio”. Siempre que deliro, llueve, diría el profesor de ciencia explicando el término condicional en introducción a la lógica; motivo por el cual aquí llueve a cántaros. Pero, vamos a detenernos en el profesor de lógica, imagínenlo seguro de si mismo explicando todos los cuatrimestres los mismos temas, aunque ese no es el problema obviamente, pero piénsenlo un segundo usando las mismas palabras, el mismo traje, la misma cara y el mismo perfume que los otros años. Me canse de este profesor, y de que se le diga profesor a estos elocuentes parlanchines programados, a veces pienso que las computadoras realmente están hechas a semejanza de los hombres.
Intrépido tren aquel que lleva al profesor, bastante curioso el tren idéntico a si mismo, idéntico a la identidad y yo acá escribiendo en frente de una computadora, mientras pasa el transporte sobre unas vías oxidadas a metros míos… no, no me gustó como quedó, podría cambiar la idea del tren por un ómnibus, mm pero no tendría sentido, buen lo dejo así, total el profesor nunca va a darse cuenta si es un tren o es un ómnibus, en nada va a cambiarle, si es tan solo un personaje que inventé yo. Va a mirar por la ventana y va a pensar que piensa, sin darse cuenta que yo le marco los pasos, que idiota el personaje que cree. En el tren se acuerda, o escribo que se acuerda del verano en Mar del Plata, que con un simple borrón sería en Punta del Este y entonces tendría una sonrisa más efusiva.
Come, habla, viaja y enseña con la convicción de que decide lo que hace, pobre estúpido el profesor, no sabe lo que hace, no sabe lo que sabe. Y muestra orgulloso su documento que dice Carlos Echegoyen, y no se da cuenta que puede ser Arnaldo Rodríguez y que su nacionalidad cambia a mi antojo y que sus lentes ya no le sirven, porque se me ocurre que se recuperó de la vista y quizás mañana el los vuelva a necesitar porque me voy a despertar ebrio y voy a escribir incoherentemente “Esa mañana en el bar, tomó el diario y no pudo distinguir la n de la m y se hicieron borrosas las letras de la sección de espectáculos, y a la tarde llamó al oculista y al atenderle la atractiva secretaria, le pidió un turno para las…”. Pobre infeliz, ahí sentado corrigiendo trabajos prácticos en el escritorio. Tristes hombres, tristes tristes.
Lee libros, mira documentales y piensa que cada vez esta mas cerca de la realidad, que madura linealmente con respecto al tiempo, que respira, que vomita hojas secas, que se envenena con aire.
Solo puede generarme lástima el escritor que redacta, corrige y cree que inventa sentado frente a una computadora…

Facundo Joel

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