viernes, 19 de marzo de 2010

Cuando la noche se apaga

La marea estaba alta en la costa de Quequen, la luna acariciaba suavemente el mar y las mujeres se escondían con sus amantes. Cerca del puerto estaba el bar más famoso del pueblo y donde mas concurrían los nacidos allí. El bar era interesante porque escapaba del turismo, aunque ya desde algunos meses los turistas escapaban del pueblo. El establecimiento era otoñal en cualquier estación del año, la luz tenue iluminaba la oscuridad de la gente, las ventanas permitían ver aquella lucha desleal entre las olas y las rocas, mientras la lluvia alentaba al llanto. Había una barra y algunas mesas individuales, y personas y vasos, sillas y espejos, sombras y muecas y también estaba él. A su barba no se le escapaba la desprolijidad de la noche y sus labios se humedecían a cada trago. Sus ojos tenían el color del mar o quizás el mar tuviera el color de sus ojos y a cada pestaneo el mar se secaba. Cada media hora el faro iluminaba el bar y eso lo hacía sentirse menos solo.
Tenía su cuaderno en la barra, mientras escribiendo dibujaba pantanos con su lapicera. Era un magnifico escritor, solo que hasta esa noche él no lo sabía. Nadie leía sus últimas odiseas, pues ya no tenía quien lo mire desde que decidió refugiar su pena en el pueblo.
La inspiración comienza a golpear su pecho y el narrador baila entre la tinta y el papel. Mientras respira whisky, la camisa se le pega al cuerpo y se lamenta no fumar en momentos como esos.
Ya había escrito diez hojas y tenía miedo que se le acabaran. Su relato era tan oscuro y frío que hasta incluso le revolvía el estomago repasar lo escrito. La historia transcurría en un bar en donde el olor a muerte era nauseabundo y los clientes del lugar eran borrachos por no tener mejor pasatiempo. Los insultos se le caían inequívocos y los personajes los describía con tal precisión que se dificultaba encontrarle la ficción. Había seis personas, escribía enfurecido, pero por lo solos que estaban parecían menos. La mayoría estaba en las mesas mirando su vaso y uno se rascaba la cabeza y luego se hurgaba la nariz con la misma mano.
El narrador se detuvo tras el punto y aparte y levantó la cabeza para asegurarse que su alrededor mantenía el orden en el cual lo había dejado. Todo se encontraba exactamente igual, con excepción al muchacho que se rascaba la cabeza para luego hurgarse la nariz y a los otros cuatro mirando desinteresadamente su vaso. Siguió escribiendo para descartar que se tratara de una casualiadad y la sucesión de hechos continuó desarrollándose de la misma manera que lo proyectó el guionista. El hombre junto a la ventana se puso a llorar emitiendo tan solo gemidos silenciosos tal cual lo había escrito.
En el fondo, el escritor siempre sospechó que era el narrador omnisciente de su vida, pero nunca le dio la importancia debida y al fin y al cabo todas las cosas se saben con el tiempo, aunque el tiempo no se sepa con todas las cosas.
De a poco iba conociendo su potencial y ya no necesitaba escribir para accionar la escena que él había armado y podía activar sus creatividades y conocer y construir cada personaje y saber todo lo que le paso y lo que le ocurrirá a cada cual y el porque del llanto del hombre junto a la ventana. Del sexto caballero que estaba inclinado en la barra, era del que menos conocía, el más enigmático, y ya para ese entonces la confusión y el alcohol lo estaban desestabilizando y no sabía si escribía la realidad o si estaba sumergido en su cuento, o si su cuento era un monstruo que crecía desproporcionadamente en comparación con él
Se interesó por aquel hombre de barba e hizo un esfuerzo inmenso por descifrarlo, supo que era escritor y que la soledad le ataba las manos al papel, pero le intrigó mas todavía, y se preguntaba quien fue, como era en ese momento y que lo había llevado hasta allí e incluso deseó con ansias saber como iba a morir, y la respuesta lo sorprendió con una puntada en el corazón y un vaso de whisky en la mano que se deslizo al suelo. A nadie le sorprendió en el bar, en algunos cuentos hay personajes que mueren con sus narradores.


Facundo Joel