martes, 16 de agosto de 2011

La foto

Me atormenta esa foto. No encuentro el motivo de mi irritación, pero seguramente excede a la foto misma. Hace más de media hora que no la puedo sacar del celular. Estaba viendo las fotos de ese cumpleaños festejado en casa, cuando se quedó trabado el aparato con esa foto. Se puede ver en la imagen un semblante mío más claro, una cara sin demasiadas preocupaciones, solo un instante, sin pasado ni futuro. Quizás con un pasado inmediato que sea la foto anterior, y un futuro inmediato que sea la posterior; pero al quedarse estancado es tan solo un instante que prescinde de conjugaciones. La foto en cierto sentido me agrada, es como un portarretratos enmarcado en color blanco, con un vidrio que marca el límite entre lo que es y lo que fue, un vidrio que separa mucho más que un espacio y dos personas. En la foto estoy en mi casa, rodeado de familiares que me saludan. En la foto es mi cumpleaños y es verano, eso explica la vestimenta. Yo estoy sonriente pero con gesto alerta, limitando la pureza del entusiasmo. No puedo entender que pensaba en ese momento, que motivo caía de mi boca cóncava, estirada, para demostrar una euforia reprimida, un entusiasmo fugaz en la realidad, pero perdurable en la foto. La foto, como cualquier otra, es una mentira, eterniza un momento que no lo fue y que ni siquiera recordaría si no fuera por la imagen, que trae en una bandeja una aproximación familiar desde otro ángulo para poder vincularlo con un recuerdo o construir un recuerdo en base a la imagen.

Esa foto forma parte de mi realidad, por lo cual soy parte de ese cumpleaños viejo en que sonrío sin saber porque lo hago, ¿o acaso nunca se sabe el motivo de la sonrisa? Porque convengamos que la risa siempre tiene un motivo evidente, ¿pero la sonrisa lo tiene?.

La cuestión es que está mi tía y mi papa a la derecha con su mano en mi hombro intentando saludarme (tal vez la próxima foto del álbum sea la de su saludo), mi mama me está por saludar en ese momento, y mi hermano está a la izquierda aplaudiendo. Yo en cambio estoy mirando para el mueble donde está el equipo de música. ¿Quién me habrá tomado la foto? Por la perspectiva, estaría situado del lado de mi hermano, pero más alejado. No recuerdo quien más estaba, que no aparece en la imagen. Es más, ni siquiera recuerdo bien ese cumpleaños. Pensar en mi amnesia me enfurece más aún y aprieto todos los botones del celular simultáneamente esperando que sea la manera adecuada de destrabarlo. Pero no hay caso, sigue igual. La foto me contagia su estado estático, dejándome mudo y congelado mirando fijamente la pantalla del celular. La foto es clara, se nota que entra sol por la ventana del comedor. Quien la haya sacado merece mis felicitaciones, tiene una nitidez admirable. En la foto estoy con la remera de una banda de rock, los jeans negros y zapatillas de lona blanca con los cordones desatados. No se todavía a que se debe mi sonrisa permanente. Todos están a mi alrededor, esperando saludarme, situándome en un pedestal. Estoy saludando a mi mama, pero mi sonrisa en mi cara se opaca un poco, entra la luz del sol, miro el mueble, que tengo a un costado mío, justo atrás de donde está mi hermano. Mientras estoy en los brazos de mi madre, miro los adornos y detalles situados alrededor del equipo de música, los discos y las fotos familiares; pero me detengo en una foto en particular, una en la que estoy yo solo, no recuerdo cuando me la tomaron, no me gusta esa foto, se me ve del torso para arriba, estoy con el celular en la mano, la pantalla esta iluminada, pero no se ve nada; desde la foto estoy mirando fijo de manera frontal, con los ojos abiertos de par en par, con una mirada enigmática. Me estremezco, pero dejo de pensar en ello, no hay que ser paranoico, no es más que una foto, aunque mañana le voy a decir a mi mamá que la saque.

Al otro día el celular se destrabó y siguió funcionando. Nunca más volví a ver esa foto.


Facundo Joel


miércoles, 1 de diciembre de 2010

Ajedrez

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?


J.L. Borges

jueves, 21 de octubre de 2010

Carta a un corazón soñado

Ayer soñé con vos. No me acuerdo donde empezaba, ya que los sueños quizás sean como el amor, no tienen comienzo, solo suceden. Estabas triste por algo, no se bien el motivo, pero se notaba en tus gestos, en tu rostro. Esos ojos oscuros no me dejan en paz un segundo, ni siquiera cuando duermo. Estabas tan apenada y no saber porque me duele más de lo debido. Sospecho que era por amor, de otra manera no se explica esa mirada tan débil, tan desinteresada en tu alrededor. Espero que no te hayan lastimado, a la larga uno siempre aprende que el fuego no solo ilumina, sino que también quema. No por eso vamos a dejar de lastimarnos una y otra vez, a acobardarnos, a escondernos de las heridas; ese tipo de quemaduras algún día cicatrizan.
Estabas mucho mas grande, no se cuanto mas, los años no pasan solos. Mi inconsciente te recuerda en cada detalle. En un momento estábamos en el subte, vos estabas sentada frente mío, situada hacia la izquierda, de repente te miré y te dije que estabas mas hermosa que nunca, te sonreíste y me contestaste algo, no me acuerdo bien, creo que fue un cumplido. En el subte había mas personas, pero solo estabas vos, como si sobresalieras del resto o si te encontraras en otra dimensión, en otro plano. No consigo rescatar nada mas de ayer a la noche, exceptuando lo agitado que desperté. Ah, si, recuerdo que vestías una remera roja, eso es todo lo que se de vos en esta conjugación verbal que camino. Solo espero que no te hayan hecho mucho daño, y que cuando necesites alguna otra cosa o alguien con quien hablar me busques en los sueños que te voy a saber encontrar.


Facundo Joel

sábado, 2 de octubre de 2010

Algunas líneas para Victor

Víctor no sabe que hacer. Va de un lugar a otro, se desenvuelve palabra a palabra. Víctor es personaje de una novela. De una novela mal escrita, bastante desprolija. Es un hombre joven, observado desde la naturaleza, pero considerado en sentido opuesto por la sociedad. ¿Que angustias se cruzan por quien crea personajes de tal naturaleza, para dejarlos abandonados en unos cuantos papeles, sin echarles una mano, sin dedicarles nunca mas un verso?. Desahuciado es la palabra adecuada para describir a Víctor. Quedó atascado en una secuencia ininterrumpida, en la búsqueda de alguna mujer, esperando las campanadas del destino, el grito desahogado del amante, que debería llegar en el anteúltimo capitulo, en la pagina 126. La novela no era tan mala, hay que admitirlo, por alguna razón el autor ha sido motivado a escabullirse en el arte de componer. No hay derecho a dar a luz un universo para después abandonarlo sin justificativo.
Víctor se despierta todos los días en la misma página, se despereza, se mira al espejo, se mancha el pijama con pasta dental y teme que se amarillenten sus páginas sin llegar al último capítulo.

jueves, 23 de septiembre de 2010

lo fatal

DICHOSO el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...

Rubén Darío

sábado, 11 de septiembre de 2010

La tragedia de un hombre honrado

Todos los días asisto a la tragedia de un hombre honrado. Este hombre honrado tiene un café que bien puede estar evaluado en treinta mil pesos o algo más. Bueno: este hombre honrado tiene una esposa honrada.

A esta esposa honrada la ha colocado a cuidar la victrola. Dicho procedimiento le ahorra los ochenta pesos mensuales que tendría que pagarle a una victrolista. Mediante este sistema, mi hombre honrado economiza, al fin del año, la respetable suma de novecientos sesenta pesos sin contar los intereses capitalizados. Al cabo de diez años tendrá ahorrados...

Pero mi hombre honrado es celoso. ¡Vaya si he comprendido que es celoso! Levantando la guardia tras la caja, vigila, no sólo la consumición que hacen sus parroquianos, sino también las miradas de éstos para su mujer. Y sufre. Sufre honradamente. A veces se pone pálido, a veces le fulguran los ojos. ¿Por qué? Porque alguno se embota más de lo debido con las regordetas pantorrillas de su cónyuge. En estas circunstancias, el hombre honrado mira para arriba, para cerciorarse si su mujer corresponde a las inflamadas ojeadas del cliente, o si se entretiene en leer una revista. Sufre. Yo veo que sufre, que sufre honradamente; que sufre olvidando en ese instante que su mujer le aporta una economía diaria de dos pesos sesenta y cinco centavos; que su legitima esposa aporta a la caja de ahorros novecientos sesenta pesos anuales. Sí, sufre. Su honrado corazón de hombre prudente en lo que atañe al dinero, se conturba y olvida de los intereses cuando algún carnicero, o cuidador de ómnibus, estudia la anatomía topográfica de su también honrada cónyuge. Pero más sufre aún cuando, el que se deleita contemplando los encantos de su esposa, es algún mozalbete robusto, con bigotitos insolentes y espaldas lo suficientemente poderosas como para poder soportar cualquier trabajo extraordinario. Entonces mi hombre honrado mira desesperadamente para arriba. Los celos que los divinos griegos inmortalizaron, le desencuadernan la economía, le tiran abajo la quietud, le socavan la alegría de ahorrarse dos pesos sesenta y cinco centavos por día; y desesperado hace rechinar los dientes y mira a su cliente como si quisiera darle tremendos mordiscones en los riñones.

Yo comprendo, sin haber hablado una sola palabra con este hombre, el problema que está encarando su alma honrada. Lo comprendo, lo interpreto, lo "manyo". Este hombre se encuentra ante un dilema hamletiano, ante el problema de la burra Balaam, ante... ¡ante el horrible problema de ahorrarse ochenta mangos mensuales! Son ochenta pesos. ¿Saben ustedes los bultos, las canastas, las jornadas de dieciocho horas que éste trabajó para ganar ochenta pesos mensuales? No; nadie se lo imagina.
De allí que lo comprendo. Al mismo tiempo quiere a su mujer. ¡Cómo no la va a querer! Pero no puede menos de hacerla trabajar, como el famoso tacaño de Anatole France no pudo menos de cortarle unas rebarbas a las monedas de oro qué le ofrecía a la Virgen: seguía fiel a su costumbre.
Y ochenta pesos son ocho billetes de a diez pesos, dieciséis de a cinco y... dieciséis billetes de a cinco pesos, son plata... son plata...

Y la prueba de que nuestro hombre es honrado, es que sufre en cuanto empiezan a mirarle a la cónyuge. Sufre visiblemente. ¿Qué hacer? ¿Renunciar a los ochenta pesos, o resignarse a una posible desilusión conyugal?
Si este hombre no fuera honrado, no le importaría que le cortejaran a su propia esposa. Más aún, se dedicaría como el célebre señor Bergeret, a soportar estoicamente su desgracia.

No; mi cafetero no tiene pasta de marido extremadamente complaciente. En él todavía late el Cid, don Juan, Calderón de la Barca y toda la honra de la raza, mezclada a la terribilísima avaricia de la gente del terruño.
Son ochenta pesos mensuales. ¡Ochenta! Nadie renuncia a ochenta pesos mensuales porque sí. El ama a su mujer; pero su amor no es incompatible con los ochenta pesos.

También ama su frente limpia de todo adorno, y también ama su comercio, la economía bien organizada, la boleta de depósito en el banco, la libreta de cheques. ¡Cómo ama el dinero este hombre honradísimo, malditamente honrado!

A veces voy a su café y me quedo una hora, dos, tres. El cree que cuando le miro a la mujer estoy pensando en ella, y está equivocado. En quien pienso es en Lenin... en Stalin... en Trotzky... Pienso con una alegría profunda y endemoniada en la cara que este hombre pondría si mañana un régimen revolucionario le dijera:

-Todo su dinero es papel mojado.


Roberto Arlt

jueves, 19 de agosto de 2010

Inspiración

La inspiración dura un suspiro,
como el beso de una mujer.
Irrumpe en el ocaso y escapa sin despedirse

Cuando menos preparado te sientes,
la inspiración encuentra terreno fértil

Ataca como una risa y se desprende como la brisa

Nada puedes hacer para detenerlo, es inútil
déjala ir y aférrate a sus residuos, puede que de algo sirva

De tu suerte depende tener a tu alcance lapiz y papel,
nunca sabes cuando te va a sorprender el mejor destello

Repentinamente cae como un rayo,
Te apresuras, te esmeras por encontrar algún método, un mecanismo,
pero ya nada puedes hacer, la inspiración no tiene dueño.

Facundo Joel