martes, 20 de octubre de 2009

Tristeza cibernética

Frente a la computadora esperó a que aparezca la imagen de ella al otro lado de Internet. Solo sintió un leve cosquilleo cuando vio que estaba conectada, porque no le podría causar mayor sensación que esa, la realidad virtual nunca va a lograr asemejarse del todo con lo que creemos que es la realidad, que dicho sea de paso, en el campo de los sentidos mantiene intacta sus ventajas. No se animó a hablarle, aunque no era una cuestión de agallas. Pensó que no correspondía que fuera el quien empezara la conversación, ella tenía a su cargo el futuro de la inerte charla. Esperó unos minutos a que le hablara, era la prueba necesaria para saber que algo le interesaba, que quizás realmente lo quería y que podía confiar en sus palabras, las cuales tenían tanto olor a mentira que le gustaba perfumarlas de ilusiones cada vez que las oía . Continuó en la amarga espera, cada tanto abría la ventana del contacto en donde aparecía una foto de ella que en realidad a él no le gustaba, pero que se había acostumbrado a apreciarla, mientras la observaba en alguna de las esperas como la que acontecía en tal momento y le encontraba los detalles mas precisos y la situaba en el tiempo y espacio y hasta imaginaba la foto en movimiento donde ella estaba despreocupada y radiante caminando por el parque, mientras una amiga captaba en el momento preciso la gesticulación adecuada en consonancia con el paisaje para que los ojos de él la contemple sentado en la silla frente a la pantalla y piense que no salió tan linda.
Había empezado a barajar la posibilidad de ser quien inicie la conversación, pero no le serviría de nada, porque no podría comprobar a través del pequeño acto cuanto le interesaba él a ella. Entonces continuó distrayéndose voluntariamente con cosas que no valían nada y reprimiendo sus deseos de decir todo lo que sentía.
Del otro lado de la computadora ella apagó aburrida la pantalla y besó a su joven acompañante, creando a cada beso una nueva eternidad.


Facundo Joel

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